Camino de la Escuela (Años 1950-1960)

En las décadas de los años 50 y 60 el ir a la escuela en San Vicente era toda una aventura. Las distancias, el mal estado de los caminos y senderos, los inviernos duros, fríos y lluviosos, la carencia o precariedad de puentes para cruzar el río, etc.

Como en todas las aldeas de Galicia, disponíamos de senderos (Carreiros) a modo de atajos, fijos o de temporada según las cosechas, y caminos de carro o vías principales de comunicación para el vecindario. Eran muy contados los que se encontraban en aceptable estado de conservación, generalmente muy mal; los inviernos y la poca atención que se les dedicaba contribuían a su deterioro y abandono.

En los últimos años, muchos de ellos han desaparecido o pasado al olvido total, debido, sobre todo, a la construcción de pistas, abandono de las fincas de labranza, desuso de los molinos, desaparición de las escuelas, etc.

Os Freixos – 16/07/62

Para mí, los verdaderos protagonistas, son los que usábamos al ir a la escuela a San Vicente, al otro lado del río, a más de dos kilómetros y usando, a ser posible, el camino más corto.

Desde el barrio de Vicos, por donde quiera que fuésemos, siempre teníamos que cruzar el río. Dependiendo del estado del tiempo, podíamos elegir el bajar por “O carreiro da Fontiña” hasta el río; cruzar por unos pasos o piedras no muy seguras y donde las caídas eran frecuentes; o bien por el soporte de la represa que llevaba el agua a los prados de regadío. Una vez cruzado, subíamos por el camino de carro que pasa delante de la capilla y nos conducía al primer barrio de San Vicente, “O Combarro”.

Otra opción, la más usada, sobre todo en época de lluvias, consistía en bajar por el “Carreiro da Fraga” o del molino hasta el río, cruzar por el puente de “Toxeiro”, de servicio peatonal todavía en uso, arrastrado por las crecidas en varias ocasiones y recuperado de nuevo, de construcción sencilla, dos vigas de una a otra orilla sobre las que van grandes losas o “Bargos”, en un ancho de menos de un metro. Cruzado éste pasábamos por el molino “dos Cabaneiros”, actualmente abandonado. A su altura había otro puente por donde cruzaban los que venían de la Valiña, Pradela, Invernegas, etc. En este punto subíamos por la cuesta “da Pena do Gato” cuyo sendero, hoy desaparecido, tenía hechas unas hendiduras en el terreno, a modo de escaleras, en la subida, a fin de lograr alcanzar “o Chao da Pena do Gato”. Si era problema subir, no lo era menos el bajar. ¡Cuántas veces nos hemos caído! Tampoco sabíamos andar despacio. Superado este problema continuábamos por el sendero hasta el camino de carro que va del Pedroso a San Vicente. Este trozo lo cruzábamos de sur a norte por el “Vilar da Pena do Gato”, tierras de labradío anegadas por la lluvia. Por supuesto, y para evitar los charcos, no nos preocupaba demasiado pisar las cosechas, con las consiguientes protestas de los afectados, que se quejaban a nuestros padres.

 Os Cabaneiros – 01/07/01

Ya en el camino del Pedroso que nos llevaba al barrio del Combarro, donde se cruzan los caminos de las dos opciones, nos encontrábamos con la pendiente y resbaladiza calzada de grandes piedras, siempre mojada por el purín que rezumaba de las cuadras de los animales y que, sumado al gran desgaste de éstas, las convertía en pista de patinaje. Por si esto fuera poco, venía el problema de los perros, con los que ni manteníamos muy buenas relaciones, ni era fácil llegar a un acuerdo amistoso. Y todos los vecinos tenían uno o dos perros.

La subida al barrio de la Aldea se hacía por el “Carreiro da Viela”, hoy abandonado y desaparecido en parte y que unía los dos barrios. Estrecho, entre dos paredes, muy pendiente, con una curva cerrada al final de la bajada, para salvar la gran altura sobre el camino que bajaba al río. En época de lluvias se hacía intransitable, La mayor parte del agua del barrio de la Aldea bajaba por él, arrastrando todo lo que encontraba por delante. Cuando lo cruzábamos, sobre todo al bajar, desafiábamos las más elementales normas de buena conducta, precaución, etc. El resultado: Zuecas y ropas rotas o embarradas, caídas con algunas mazaduras o heridas, alguna que otra lágrima, etc. Al llegar a casa: “e tú como vés – caín baixando na Pena do Gato”. Naturalmente nuestros padres no tragaban y nos “sacudían” un poco para sacarnos el barro.

Finalmente y después de cruzar el largo barrio de la Aldea con su jauría de perros, llegábamos a la escuela donde, mañana y tarde, la maestra de turno se esforzaba en enseñarnos y explicarnos los conocimientos fundamentales de cultura general.

El recorrido se hacía cuatro veces al día, con buen o mal tiempo. Aquello era una esclavitud; el calzado, zuecas de madera (los zapatos eran para ir a Mondoñedo, al patrón y poco más); para guarecerse de la lluvia, un saco “o cabicorno”, cualquier otro tipo de prendas de abrigo, o un simple paraguas en los años 50-60, eran artículos de lujo.

Elías Gómez Tojeiro

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